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29 de agosto de 2013
Horas oscuras
Eran las cinco de la madrugada, Nuria observaba la ciudad desde la ventana, con la frente apoyada en el cristal y sus ojos negros y profundos escrutando cada rincón de la calle, fijándose en los pocos transeúntes que había. Imaginaba sus historias, todas trágicas y retorcidas, cualquier cosa con el fin de consolarse. A su espalda yacía un hombre en una cama revuelta, su amante, su camello, su dueño a fin de cuentas. Sus brazos eran como alfileteros, marcas de posesión más fuertes que algunas alianzas matrimoniales. El reflejo de su rostro se adivinaba en la ventana, pero ella esquivaba su mirada, no era capaz de mirarse a los ojos y ver toda la basura que se asomaba detrás. Se aventuró y observó sus facciones, desdibujadas y transparentes, con las luces de la ciudad detrás, recordó el rostro de sus padres mezclados en el suyo y sintió vergüenza y tristeza. Hace tanto que se habían marchado, soltaron su pequeña mano y la dejaron perdida y confusa, la dulce niña que había sido se convirtió en una fiera difícil de manejar. Sus tíos le daban todo, pero ella sólo los odiaba, sin saber muy bien por qué, simplemente creía que debía hacerlo, que no debería dejarles ocupar el lugar de sus padres. Cuando su tío la miraba no se le encendían las pupilas mientras le decía que algún día su belleza la haría famosa. Su tía no sabía abrazarla con la misma dulzura que su madre. Se cansó de ellos a pesar de su amor y sus cuidados, cuando llegó a la adolescencia les abofeteaba con sus palabras hirientes y al cumplir los dieciséis años huyó de casa. Intentó convertirse en modelo, pensando en su padre, mirándose al espejo y viendo la belleza que él siempre admiraba, y sí, consiguió vivir de su hermoso cuerpo, pero desfilando en múltiples camas en posición horizontal. Después de eso llegaron las drogas, la autocompasión, el odio por si misma diluido en heroína.
Carlos se despertó y con la mano buscó a su compañera. Gruñó en la oscuridad al no encontrarla. Nuria se dio la vuelta y lo miró con odio. Se incorporó y los dos se miraron en la penumbra de la habitación.
-¿Qué haces ahí?.-le preguntó Carlos con un tono afilado. Pasa a la cama.
Nuria sin decir nada se dio la vuelta y siguió mirando por la ventana. Lágrimas de hielo resbalaron por su cara, goteando desde la barbilla al suelo. Con su llanto silencioso ignoró los improperios de Carlos, sus palabras herían como cuchillos envenenados. Sin saber ni lo que estaba haciendo, Nuria se calzó sus deportivas y salió por la puerta en bragas y camiseta.
-Pues no se te ocurra volver, chiflada. A ver que haces cuando tengas mono.
Nuria siguió caminando por el pasillo del edificio con pasos lentos y pesados, la mirada perdida y una angustia creciente en el pecho.
Al día siguiente temprano un cuerpo apareció en el cementerio, muerto, sobre la tumba de un matrimonio, una muchacha de pelo muy negro, vestida con camiseta y bragas, calzando unas deportivas y marcas de agujas en los brazos.
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Me ha gustado, es un relato dramático, tiene buen ritmo e impresiona mucho. Por desgracia puede ser una escena de la vida real.
ResponderEliminarSaludos.
Intenso, dramático y estremecedor.
ResponderEliminarNo le sobra ni una sola palabra.
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