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24 de octubre de 2013

Volver a nacer

Autoagresión adolescente

Sara siente como su cuerpo se relaja, su tensión ha desaparecido en ese momento y siente la languidez que la embarga después del orgasmo, desmadejada, y ahora después de la urgencia, vacía.

-¿Ya estás tú también no?.-le dice él y se retira.


Sara calla, y se queda quieta con la mirada perdida. Oye como él le habla, haciendo cumplidos absurdos, como por compromiso. Es mayor que ella, no sabe cuánto exactamente, pero intuye que rebasa los treinta. Es fácil encontrar un hombre para estos momentos, ellos siempre tienen ganas, y a muchos poco le importa quién seas y cuántos años tengas. Ahora es cuando después de la ceguera, del ansia por disolverse, le sobreviene la angustia, la sensación de desprecio por sí misma. Pensar que ese desconocido la ha invadido de esa forma le hace sentir mal. Como siempre. Ahora tiene ganas de llorar, o de cosas peores.

-¿Qué hora es?.-le pregunta Sara.

-Las tres de la mañana.

-Mierda.-se levanta con rapidez y empieza a vestirse.-tenía que estar a las dos en casa.

-Pero, ¿tú cuántos años tienes?

-Dieciséis.-le dice apresurándose.

-Podías habérmelo dicho antes, ahora ya ni se sabe la edad qué tenéis tal como vais, con esa ropa y ese maquillaje. Si fueras mi hija...

-Ya.-responde ella de forma seca.

El tío empieza a fijarse en las cicatrices que tiene en los brazos.

-¿Quién te ha hecho eso?.-le pregunta.

-¿Y a ti qué te importa? Me doy el piro. Gracias, supongo, o quizás deberías dármelas tú.-le dice de forma mordaz.

El tío se encuentra sin palabras ante esa muchacha, pensando en lo rápido que crecen, en lo deprisa que se vuelven cínicas.

Sara ya está en la calle, corriendo, sintiéndose mal de nuevo, ha roto el pacto. Su madre la estará esperando. No sabe cómo, pero siempre la acaba cagando.

Entra en casa y ve la luz del salón encendida. Su madre sale a su encuentro y la mira, seria.

-Ya sabes lo que pasará ahora.

Sara baja la cabeza.

-Sí, lo sé, lo siento.

-Estarás castigada todas las Navidades sin salir.

Sara se inquieta.

-¿Todas? Y que voy a hacer, ¿estar encerrada siempre en casa?

-Ya sabes lo que habíamos acordado. Sara, ¿qué ha pasado?

Baja la mirada avergonzada, le duele ver de nuevo la decepción en los ojos de su madre. No hace nunca nada bien, una sensación de angustia, de odio por sí misma muy conocida le nace de las entrañas.

-No me había dado cuenta de la hora.-dice excusándose.

-¿Has estado haciéndote daño otra vez?.-le pregunta cogiendo su brazo.

-No de esa forma, mamá.-se muerde el labio, no quiere hablar de eso con ella, no quiere que conozca sus abismos. Un dolor sordo se enciende dentro arrasándolo todo, está al borde las lágrimas.

-Mañana hablamos, no quiero que vuelvas a estar así, si vuelves a necesitar ayuda te la daré, pero no vuelvas a aquello. Sabes que te quiero, ¿verdad?

-Sí, mamá.

-¿Entonces?

-Todo es muy complicado. No sé que me pasa.

-Ahora acuéstate y descansa, mañana hablamos.-le dice y besa su mejilla.

Se mete en el  baño y se mira en el espejo. Su mirada es oscura, dentro se agita algo que no comprende. Se desmaquilla, se lava los dientes y se prepara para acostarse. Una vez en la habitación se siente en su reino, en la tranquilidad y soledad donde puede desahogarse, necesita hacerlo, aunque haya prometido no repetirlo. Piensa en como llevarlo a cabo sin dejar marcas. Busca en su cajón la aguja que todavía conserva. Se la clava en el dedo por debajo de la uña, siente el pinchazo, ve la sangre que brota. Se mete el dedo en la boca para limpiar la sangre y después aprieta fuerte la uña. Siente el dolor físico, lo necesita para borrar la angustia y el horror que le araña por dentro. Llora despreciándose y se aprieta con más fuerza la uña, quisiera hacerse más daño, pero se conforma. Se duerme así, mordiendo el dedo sintiendo que el dolor le apaga los pensamientos.

Sara desayuna en la mesa de la cocina, tiene entre las manos una taza de leche con cacao y la vista perdida. En su mente baila una imagen de su padre, recuerda como la cogía entre sus brazos y cualquier problema que tuviera se disolvía. Y ahora, no está, se fue y se llevó todo lo que bueno que ella tenía. Ahora, a su madre le había quedado la peor parte. Aprieta  la yema del dedo con fuerza contra la mesa, hay un rastro de sangre bajo la uña. Su madre la sorprende así, mirando ese dedo que aprieta.

-¿Qué te ha pasado?

-Nada.-dice Sara escondiéndolo contra la palma de su palma.

-Sara, mírame, ¿está pasando de nuevo?.

Sara desvía la mirada sin saber si reconocerlo o negarlo, quizá sea mejor que sea sincera con su madre, quizá así pueda salir de esta espiral que vuelve a ahogarla.

-Sí, ayer me hice un poco de daño.

Su madre le mira alzando las cejas.

-¿Un poco?

-Sólo fue esto, y mamá... no sabes cuánto me costó contenerme para no hacerme más.-la mira con ojos suplicantes.

Se pierden una en los ojos de la otra y recuerdan aquel día, Sara con la sangre escurriéndose por las piernas, mientras acudía a su madre, con las bragas teñidas de rojo en la mano. “Mamá se me fue la mano”, le había dicho, después de llevar un mes sin cortarse buscó un lugar donde no se viese y lo hizo en el interior de los labios mayores.

-¿Por qué ha vuelto a empezar?.-le pregunta su madre.

Sara no sabe si contarle todo.

-Busqué otra forma, pero... al final me hace sentirme peor.

-¿Otra forma?, ¿qué forma?, y, ¿por qué necesitas ahora estas cosas?

-Mamá, creo que nada tiene remedio, la gente no olvida, te estigmatiza, no sabes lo sola que me siento, no tengo amigos, nadie en quien pueda confiar, todo el mundo habla de mí. Yo lo intenté, pero, mi confianza se tambalea y todo se vuelve oscuro y confuso.

-Pero, ¿por qué no acudiste a mí? En mí sí que puedes confiar, ya sabes que lo doy todo por ti, Sara. No quiero que caigas, ¿no ves que eres maravillosa? ¿qué importa lo que piensen los demás?

-Mamá, no quería preocuparte, bastante tienes tú con tus cosas. Y sí que importa, cuando es todo el mundo, cuando te aíslan y solo acuden a ti para aprovecharse.

-Eres lo más importante de mi vida, y quiero que acudas a mí, siempre. Todo tiene solución, hija. ¿Te gustaría empezar de cero? ¿Qué nadie conociera tus “errores” pasados?

-Sí, es lo que más me gustaría en el mundo, otra oportunidad.

-Llevo tiempo meditando pedir traslado a otra ciudad, así tendrías tu oportunidad, pero después no habrá más excusas.

Los ojos de Sara se abren mucho y su boca se convierte en una sonrisa.

-Lo prometo mamá, pondré todo mi empeño en ello.

Y así fue, como Sara, volvió a nacer. 








Volver a nacer es un relato de Patricia Mariño.

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