Manzana roja madura |
Era un día de primavera. Nadia corría por el campo que estaba lleno de margaritas, riéndose por nada como sólo pueden hacer los niños. Nadia tenía ocho años, el pelo negro azabache, los ojos castaños y la piel blanca que se sonrosaba con facilidad. Ahora mismo tras la carrera su piel lucía un saludable color rojo en sus mejillas, notaba la brisa todavía fresca en la cara. Saltaba, reía, gritaba. Miró a su alrededor y vio que todos trabajaban en los campos sin prestarle atención. Entonces, Nadia se internó en el bosque que franqueaba aquel inmenso mar de hierba. Llevaba una hermosa manzana roja en uno de los bolsillos de su vestido azul. La sacó y se puso a mordisquearla mientras paseaba silenciosa entre los árboles. De repente oyó cerca de ella un sonoro graznido, con el susto la manzana se cayó de sus manos. Alzó la vista hacia el árbol que tenía a su lado y vio un cuervo, su plumaje tenía destellos azul oscuro, la miró de lado mientras soltaba otro graznido, Nadia se estremeció. Miró el suelo buscando su manzana, la buscó y buscó y no fue capaz de encontrarla. Súbitamente oyó un gruñido, bajo, espeluznante, y delante de ella apareció un animal muy extraño, estaba cubierto de un espeso pelaje negro, su cabeza tenía un hocico chato, unos enormes ojos de color aguamarina y sus orejas eran puntiagudas. Su cuerpo era enorme, pero estaba acuclillado, si se erguía en sus dos patas traseras, que parecían más fuertes que las delanteras mediría dos metros. En un instante se encontró rodeada por cuatro de estos extraños y enormes animales. Nadia se quedó sin voz. No podía gritar. No podía llorar. Uno de ellos que tenía una estrella blanca en el pelaje de su cuerpo, se acercó y con una de sus patas delanteras le tocó el rostro. La niña se desvaneció en ese instante y él la tomó en sus brazos. Las cuatro bestias anduvieron por el bosque y se colaron por un agujero profundo excavado en la tierra, alejando a la pobre de la niña de las caricias del sol.
Rosalía se había quedado sin risa, se había esfumado un hermoso día de primavera de hacía dos años. Ella era la madre de Nadia, había desaparecido sin que se hubieran dado cuenta y por más que la buscaron por todos los rincones del pueblo no pudieron encontrarla, ni los vecinos, ni la policía, nadie. Rosalía todavía era muy joven, la gente la animaba a que tuviera otro hijo, pero ella cerraba sus oídos y se negaba a oírlo, todavía esperaba que un día su niña apareciese corriendo y se refugiara en sus brazos.
En las profundidades en un reino donde no existía la luz de sol se encontraba Nadia, había olvidado que había nacido en un lugar lleno de luz, donde la naturaleza era exuberante, los pájaros cantaban felices y se había olvidado incluso del rostro de su madre. Vivía en un enorme y frío castillo de tierra y roca, con la cruel y oscura reina de las tinieblas, que había llorado lágrimas de hielo durante siglos deseando una hija. Un buen día, vio la sonrisa de Nadia en su esfera maldita y mandó a sus súbditos a encontrarla. Pero ahora la niña había olvidado hasta reír y la reina solo tenía una hija vacía. El único amigo que tenía Nadia era Nyle, el extraño animal que había cargado con ella desde la superficie y que guardaba todos sus recuerdos en su cerebro, él también la quería y sufría viéndola así, casi inerte, teniendo en su cabeza la imagen de una niña desbordante de alegría, juguetona y llena de vida.
Cansada de esa niña triste la reina oscura decide que la maten, no le sirve así y devolverle la memoria sería infructuoso, pues estaría todo el día llorando, infeliz. Así pues, llama a Sorih uno de sus súbditos y le dice que se la lleve, la mate y deje su cuerpo en la superficie para que sus padres la lloren a gusto. Sorih toma a la niña en brazos y se aleja del castillo, con la mirada clavada en su rostro, la niña, hacía preguntas silenciosas que no tenían respuesta. Cuando Nyle se enteró de las intenciones de la reina, corrió como nunca lo había hecho, y en cuánto se encontró con Sorih, le suplicó, le amenazó, gritó con su voz sin sonido, le arrebató a la niña y huyó corriendo. Nadia se abrazó fuertemente a su cuello y se dejó ir, se sentía a salvo con él y sabía que nunca le haría daño.
Rosalía trabajaba la huerta de su casa cuando oyó un estruendo atroz, disparos, voces, gritos y sollozos. Fue corriendo hasta el bosque y allí encontró a su marido Juan, había salido de caza y llevaba una escopeta , en el suelo se encontraba una horrible bestia muerta a la que se abrazaba su hija. Su hija, su pequeña hija había aparecido. Cuando se intentó acercar a ella Juan la agarró por el hombro y negó con la cabeza. Rosalía le preguntó con la mirada y él le contó que no les recordaba.
Nyle se había ido de este mundo sin darle tiempo a devolverle sus recuerdos. Nadia volvió a vivir con sus padres, pero hueca, vacía y sin amarlos jamás.
El cuento de la niña vacía es un relato de Patricia Mariño.
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Me paso para decirte que te he nominado a un premio en mi blog. No tienes por qué hacerlo, pero son divertidas ese tipo de entradas para conocernos un poquito (igual hasta ya te ha llegado por otro lado). Te dejo el enlace a la entrada:http://polvodelibros.blogspot.com.es/2013/12/premio-liebster-awars.html
ResponderEliminarBesos
Te acabo de dejar un comentario en tu blog. Muchísimas gracias por acordarte de mi. Saludos.
ResponderEliminarMe ha gustado, me paso por los enlaces
ResponderEliminarBesos
Muchísimas gracias. Un saludo.
ResponderEliminarQue comstrumbres tiene el pueblo
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