11 de octubre de 2013

La vecina del tercero

Mujer con lo labios pintados de rojo
Ella era una mujer hermosa, pero para mi gusto demasiado azucarada, vistosa y en ocasiones hasta vulgar, a pesar de eso, mi vecina, hacía que sintiera una curiosidad demasiado intensa hacia ella. Aparecía siempre acompañada de un hombre diferente riendo de forma escandalosa por la escalera, enfundada en vestidos que parecían salir de otra época, con peinados imposibles y maquillajes de colores vivos. Cuando nos encontrábamos apenas me miraba y parecía andar con un vaivén de caderas estudiado y una mueca artificial en su bonito rostro. A veces me gustaría reírme de ella, pero no podía, sentía una especie de magnetismo absurdo, pues no era en absoluto mi tipo y algo en el aire que la envolvía me hacía sentir una especie de tristeza al verla.
Una tarde de primavera, en la que llovía torrencialmente, mi vecina irrumpió en el portal de forma brusca, yo estaba cogiendo mi correo y la vi, cerrando la puerta de golpe y apoyándose sin aliento en ella, estaba empapada, el maquillaje corrido en su rostro, con el peinado deshecho y gotas de lluvia cayendo por doquier hasta el suelo. Su mirada se clavaba en el suelo libre de cualquier artificiosidad, su boca estaba entreabierta respirando agitadamente. Nunca había estado tan hermosa.
-¿Podría ayudarle en algo señorita?.
Ella se estremeció, no se había percatado de mi presencia. Por un breve instante intentó armar una de sus
máscaras prefabricadas en su rostro, pero parecía que no tenía fuerzas, desistió.
-No se preocupe, estoy bien. Ahora mismo ya subo a mi piso a cambiarme. No se preocupe.
Pero sí estaba preocupado, el aire que le rodeaba estaba tenso, electrizado y olía a desgracia.
-¿Está segura de que no puedo ayudarle?
Ella miró de forma ansiosa mi rostro, leyéndolo.
-Sí podría hacer algo.
-¿Qué sería?.-dije con una energía aplastante.
-Podría hacerme compañía unas horas hasta que mi corazón vuelva a su ritmo natural, pero sin preguntas.
-Está bien.-acepté.
La acompañé escaleras arriba, siguiendo sus pasos, elásticos y elegantes sin ese absurdo vaivén ensayado. Cuando llegamos, ella abrió la puerta, me hizo pasar y se volvió a mí.
-Vaya pasando al salón, por favor. Yo voy a cambiarme la ropa mojada.-sonrió sin casi fuerzas.
Yo pasé al salón. Estaba decorado de una forma clásica, encantadora y enseguida descubrí una estantería de libros. Me fui a curiosear, pues me apasiona la lectura y me gusta descubrir los libros que hay en un hogar, dicen mucho de las personas que lo habitan. Me quedé maravillado viendo antiguas ediciones de libros de Hermann Hesse, Thomas Mann, Leon Tolstoi, Victor Hugo y muchos más. Sorprendente mujer. De repente escuché la puerta y la vi, con el pelo todavía húmedo y peinado de forma sencilla, el rostro sin maquillaje, y un sencillo pijama de algodón. Estaba preciosa, su rostro aniñado contrastaba con una mirada oscura.
-Buen gusto literario.-le dije casi sin aliento.
-Gracias, me encanta leer.
Se hizo un incómodo silencio momentáneo.
-Seguro que se pregunta muchas cosas acerca de mí, y le diré que la principal es lo que usted se supone, pero no de la forma convencional que se imagina.
-¿Perdone?
-Usted me ha visto en múltiples ocasiones con hombres diferentes y se imaginó que era una prostituta, ¿verdad?
Me sonrojé de forma viva.
-Yo…no…
-No se avergüence, es lógico.
-Pues yo… sí…supongo.
-Pues es cierto, pero sólo lo soy de espíritu, de alma, no de cuerpo.
-No lo entiendo.
-No es necesario. Pero desde hoy ya nunca más podré serlo.
-Y eso, ¿por qué?
-No quiero hablar de eso.-su mirada se entristeció de repente. ¿Usted me desea?
Me sonrojé vivamente, empecé a temblar, me quedé sin palabras, miré hacia el suelo.
-Veo que sí. Pues hágame un favor, pase conmigo esta noche, yo también le deseo, desde el primer día en que le vi, y decidí ignorarle para no arruinar mi profesión, pero ahora que ya todo acabó no me importa, quiero pertenecerle esta noche.
Yo asentí de forma apasionada, la cogí en brazos y la llevé hasta su habitación. Tenía una hermosa cama con dosel y allí nos entregamos el uno al otro sin reservas. Sentí su hermoso cuerpo contra el mío y perdí la razón. Después de horas de pasión nos quedamos dormidos uno en los brazos del otro.
Cuando desperté por la mañana, ella no estaba a mi lado, la busqué por toda la casa sin hallarla. Al final la encontré, metida en la bañera, con la mirada vacía y las muñecas abiertas, el agua era rosada y mi corazón se convirtió en hielo.



La vecina del tercero
 
es un relato de Patricia Mariño.

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3 comentarios :

  1. Madre mía, qué triste es esta historia; es tan triste como enigmática. ¡Saludos!

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  2. Gracias por compartirlo, David. Voy a pasarme por el blog de la autota...
    Un abrazo,

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