'Habitación de hotel', Edward Hopper |
Alejandra nació un diez de enero blanco y helado. Y así fue ella hasta el día de su muerte, de tez blanca inmaculada y piel fría como el hielo. Algunos de sus amantes le decían que deberían haberla llamado Nieve, después de afanarse en estrategias acrobáticas para dar algo de calor a su cuerpo. Pero el calor es algo relativo, a veces sale de dentro, y Alejandra no lo sintió hasta un día de primavera cuando apareció Rafael en su vida. Pero eso ocurrió mucho después de lo que nos ocupa ahora.
Alejandra cuando tenía dieciocho años hizo la maleta y se fue de su pueblo para buscar la vida. Había una especie de coraza en su hogar que hacía que allí, la muy ladina no se acercara, y ella ya estaba aburrida de ver pasar los años sin emoción y chispa. Sentada en las escaleras de su casa solía tejer fantasías, pero al cabo de los años se quedaron pequeñas ante sus anhelos e impulsos. Alejandra llegó a una ciudad y con parte del dinero que había ido ahorrando como una hormiguita, alquiló un piso, pequeño, en una calle de la periferia. Allí saltó de alegría y a sus anchas se emborrachó y fumó por primera vez en su vida, lejos de los tentáculos observadores de sus severos padres.
Pero no fue lo que ella imaginaba, sólo le produjo asco y ganas de vomitar, y las grandes experiencias leídas en los libros con un vaso de bourbon en una mano y un cigarro en la otra la dejaron insatisfecha. Así que, un poco mareada se arregló y salió a buscar la noche urbanita, bailó, rió y tonteó, se llevó a un hermoso ejemplar a su cama y la inició en los bailes sinuosos de la pasión. Pero al día siguiente Alejandra, seguía defraudada.
Alejandra buscó un trabajo para ganarse la vida, con la mirada soñadora esperaba encontrar un detective privado que la tomara como pupila, un periódico que le abriera sus puertas, un teatro donde brillar como actriz, pero lo que encontró fue un puesto de camarera que aún así defendió con orgullo y tesón, si algo era Alejandra además de idealista era una incasable trabajadora.
Alejandra fue construyendo su vida en este nuevo hogar, aunque no fue lo que siempre había esperado. Por las noches, cansada del trabajo, se acurrucaba en su cama y seguía devorando novelas en las que encontraba su alimento emocional. Bebía sus historias, las seguía con el dedo grabándolas en su piel. Imaginó un bonito viaje para descubrir tierras lejanas y ese fue su siguiente reto.
Alejandra fue metiendo en una caja metálica billetes todos los meses, por fin, después de tres años trabajados, se permitió un largo viaje a tierras exóticas orientales. Viajó a Estambul, se sintió perdida en los cuentos de los sultanes y visires, inhaló los aromas a especias y vio allí fundidos los mundos de oriente y occidente. Conoció otros sabores, otras costumbres, otros hombres y durante esos días fue más feliz que en toda su vida, perdida en una realidad diferente que se impregnaba en su cuerpo.
Alejandra volvió a su hogar, a su trabajo, a su vida y de nuevo se sintió pesarosa. Salió con sus compañeras en las noches, bailó en algunos brazos y gozó en algunos menos, pero había una grieta en su interior que hacía que el frío siempre se colara. Devoraba palabras de papel que la consolaban y apaciguaban, y se sentía muy sola y diferente.
Alejandra acostaba en la cama mirando el techo imaginó la vida que en realidad era la suya, las lágrimas heladas resbalaron por su rostro, estaba sola, aislada, frustrada, cansada, era una mujer extraña en un mundo ya ordinario. Una idea mágica y extraña enciende una nueva chispa de ilusión en su mente y de inmediato empieza a trabajar en su nuevo reto.
Alejandra con bolígrafo y papel empieza a crear su vida soñada, viajando por países en los que nunca había estado, llenando de emoción y de amor sus sueños, describiendo la primera mirada cruzada con ese hombre misterioso del que no nunca podía imaginar el rostro, trabajando como intrépida reportera que se interna en la sabana africana.
Alejandra da un nuevo sentido a sus días, con jornadas intensivas, en su trabajo real y en su trabajo adquirido, viviendo a través de su pluma lo que la realidad le había esquivado. Sueños de tinta, sonrisa dormida, ojeras felices, Alejandra trabaja con ahínco por su nuevo reto hasta tenerlo terminado en un abultado fajo de folios sobre su improvisado escritorio.
Alejandra con tesón recorrió editoriales todos los días, con su novela bajo el brazo y su voluntad inquebrantable, ningún “no” la desanimó, no es la adecuada, grababa en su mente, ni una lágrima derramó, sólo les regalaba sonrisas y más sonrisas a quien la quisiera recibir. Alejandra siguió caminado día tras día con su vida soñada pegada a la piel.
Alejandra conoció a Rafael un día de primavera, él incendió su cuerpo por dentro e hizo su sueño realidad. Rafael se enamoró de su prosa, de su historia y de esa soñadora y luchadora mujer. De sus ojos negros, de su cabello azabache, de su piel blanca de nieve derretida que sintió bajo sus manos. Alejandra supo que sería él con tan solo mirarlo, su rostro y sus ojos eran secretos que quería desenvolver con el tiempo, él le compró su sueño y le regaló su corazón.
Alejandra sonrió con fuego en vez de con hielo por primera vez en su vida, su grieta se cerró. Todo el mundo disfrutó con su vida soñada, impresa con letras de fuego y luz en el corazón de un libro enorme. Alejandra durmió a partir de entonces con su pasión y su descubridor, juntos viajaron hasta confines remotos buscando dónde se ponía el sol, dónde empezaba a brillar la primera estrella.
Alejandra por fin fue feliz, siendo como era ella se lanzó a buscar la dicha y hasta que no la agarró fuerte con sus manos y se la guardó en su bolsillo no descansó.
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